CAMINO A LA PLAZA

Era un día limpio y fresco en la ciudad el que habían elegido Gabriel y su pequeña hija Chiara de apenas tres años para ir a la plaza a jugar. Los rayos del sol se filtraban entre las hojas de los altos árboles y dibujaban sus siluetas sobre las rotas veredas y el empedrado, a lo largo del camino que separaba su casa del parque más cercano.

Gabriel, no estaba en sus mejores días, los problemas laborales y económicos eran suficientes para tenerlo sumido en una constante preocupación. Su familia vivía en un pequeño departamento del cual debían mudarse lo antes posible y las propiedades estaban a valores muy elevados para sus ingresos. Cabizbajo y taciturno, se vio sacudido por el brazo de la niña que no paraba de saltar de alegría mientras caminaban de la mano.

Fue entonces cuando al cruzar la calle pasaron frente a una casa que siempre llamó su atención por su espléndida belleza; de arquitectura colonial, había sido reacondicionada con muy buen gusto, manteniendo el diseño original, sus columnas, su escalinata y sus arcos, sus enormes puertas y ventanales.

Gabriel, la observó en todos sus detalles, como hacía siempre, y como un intento de autocompadecerse y reírse de él mismo para cambiar su humor, le dijo a su hija: "Mira Chiara, que hermosa casa, me encantaría que fuera nuestra, pero bueno, nunca vamos a llegar..."

La niña sin interrumpir sus saltos ni quitar la mirada del camino, le contestó casi inmediatamente: "Pero papi, cómo no vamos a llegar, si estamos a sólo dos cuadras, de aquí ya veo los árboles".




Por Gabriel Real  |  La Sodera 2012

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