En los momentos de crisis, sólo la imaginación es más importante que el conocimiento.
Albert Einstein
Cuentan que, en la Edad Media, un hombre fue injustamente acusado de asesinar a una mujer. El propósito era encubrir al verdadero autor del crimen, que era una persona influyente.
El pobre hombre fue llevado a juicio, conociendo que tendría poca oportunidad de escapar al veredicto: la horca.
El pobre hombre fue llevado a juicio, conociendo que tendría poca oportunidad de escapar al veredicto: la horca.
El Juez, también cómplice, cuidó de que pareciera un juicio justo y le dijo al acusado:
- “Conociendo tu fama de hombre devoto del Señor, vamos a dejar en manos de Él tu destino. Vamos a escribir en dos papeles separados las palabras culpable e inocente. Tu escogerás uno de ellos y será la mano de Dios la que decida tu destino”.
Por supuesto, el juez corrupto había preparado dos papeles con la misma leyenda: “CULPABLE”. La pobre víctima advirtió que era una trampa. No había escapatoria.
El Juez conminó al hombre a tomar uno de los papeles doblados.
El hombre inspiró profundamente, quedó en silencio unos cuantos segundos con los ojos cerrados pensando, y cuando la sala comenzaba ya a impacientarse, abrió los ojos y con una extraña sonrisa, escogió y agarró uno de los papeles y, llevándolo a su boca, lo engulló rápidamente.
Sorprendidos e indignados, los presentes le reprocharon airadamente.
- “Pero… ¿qué hizo?… ¿Y ahora?… ¿Cómo vamos a saber el veredicto?”
- “Es muy sencillo” respondió el acusado. “Es cuestión de leer el papel que queda y sabremos qué decía el que yo escogí”.
Con rezongos y disgustos mal disimulados, tuvieron que liberar al acusado, y jamás volvieron a molestarlo.
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