Hoy en día la legislación sobre las separaciones y divorcios está más que estipulada y regulada pero en la Inglaterra del siglo XVIII y XIX era un lujo que sólo los ricos y poderosos se podían permitir. Cuando un matrimonio de gente humilde se rompía o simplemente eran infelices, sólo había dos soluciones: aguantar y hacer de tripas corazón o vender a la esposa.
Esta costumbre británica no tenía ninguna base legal, incluso a partir de mediados del siglo XIX comenzó a perseguirse, pero como la actitud de las autoridades era equívoca se practicaba (entre 1780 y 1850 quedaron registradas las ventas de más de 300 esposas, que no significa que fueran las únicas).
Esta costumbre británica no tenía ninguna base legal, incluso a partir de mediados del siglo XIX comenzó a perseguirse, pero como la actitud de las autoridades era equívoca se practicaba (entre 1780 y 1850 quedaron registradas las ventas de más de 300 esposas, que no significa que fueran las únicas).
Esta costumbre llevaba aparejado un ritual: el marido sólo tenía que traer a su esposa a la plaza del mercado con una soga alrededor del cuello, el brazo o la cintura. El marido intentaba colocar a su esposa vendiendo sus virtudes y ocultando sus defectos, y tras una subasta pública se adjudicaba el mejor postor entregándole un documento como prueba de propiedad.
No se han registrado casos de ninguna esposa que hubiese sido subastada más de una vez por distintos maridos, pero sí algunos en los que el marido tuvo que volver a la plaza porque en su primera subasta no encontró pujadores. Respecto a los precios, variaban mucho y en muchas ocasiones además del dinero se añadía a la puja algún barril de cerveza.
Lo que está claro es que muchas mujeres que tuvieron que pasar por este mezquino y miserable trance ganaron con el cambio: dejaban atrás un matrimonio roto y a un marido que las había vendido.
Fuente : www.historiasdelahistoria.com
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