En la antigua isla de Ceilán - hoy República Democrática Socialista de Sri Lanka - era muy común la explotación de perlas submarinas, ya que abundaban en la zona y eran de una belleza deslumbrante.
Los colonos británicos esperaban en la superficie en sus botes, mientras los pescadores, aborígenes lugareños, se sumergían hasta las profundidades con una pesada piedra entre sus pies, que una cuerda ligaba al bote. Eran obligados a resistir al máximo de sus posibilidades para que la pesca resultara más lucrativa, llegando en oportunidades a echar sandre por la nariz y las orejas al emerger casi inconcientes. En general no llegaban a ancianos, su vista se debilitaba, sus ojos se ulceraban y sus cuerpos se cubrían de llagas. A menudo sufrían apoplejías bajo el agua.
Para las damas inglesas las perlas eran joyas de un brillo hialino y textura nacarada para lucir en sus dedos, orejas o cuellos; para los ceilandeses, gotas de rocío.
Esa cita es del libro 20,000 leguas de viaje submarino, segunda parte, capítulo 3, una perla de 10 millones
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