BILLIE HOLLIDAY, LA VOZ DEL CORAZON

Billie Holiday nació el siete de abril de 1915 en Baltimore, Maryland. Fue bautizada con el nombre de Eleanora Fagan Gough, pero después adoptaría el nombre de Billie, que era el de su actriz cinematográfica favorita, Billie Dove. Nacida de una madre soltera adolescente, Sadie Fagan, la niñez de Holiday estuvo marcada por la pobreza. Su padre, Clarence Holiday, era un músico que nunca vivió con la familia. Siendo niña, Billie comenzó a trabajar haciendo mandados y como sirvienta en una casa de prostitución. A los 10 años de edad fue recluida en un reformatorio pues había sido violada. Allí es donde escuchó por primera vez a Louis Armstrong y a Bessie Smith, artistas que detonarían en ella su vocación musical.

En 1928 Holiday se fue a vivir a Nueva York con su madre donde ambas trabajaron como sirvientas, pero durante la depresión de 1929 se quedaron sin trabajo y Billie tuvo que dedicarse a la prostitución. En 1932 la muchacha audicionó como cantante y fue contratada. Durante los años siguientes se presentó en los clubes de Harlem donde la descubrió el legendario clarinetista de jazz Benny Goodman. Su fama comenzó a partir de las grabaciones que realizó entre 1935 y 1939. A finales de la década se estableció como cantante de Big Band, primero con Count Basie y después con Artie Shaw. Por cierto que con la orquesta de Shaw fue la primera vocalista negra que cantó entre músicos blancos. Sin embargo, debido a la discriminación racial que diariamente la acosaba, tuvo de dejar pronto ese trabajo.

Su estilo bluseado aportó una calidad lenta y áspera a los temas del jazz que casi siempre se interpretaban a ritmo ágil y ligero. Esta combinación materializó interpretaciones conmovedoras y distintas a las canciones que ya eran estándares clásicos. Así, al desacelerar el tono con la emoción de su voz y modificando el tempo y el ritmo, Billie lograba agregar una nueva dimensión al canto del jazz, algo que detonó una fascinación especial en el gran público no sólo de Estados Unidos sino del mundo entero.

La popularidad de Holiday fue creciendo, pero al mismo tiempo su vida personal se fue haciendo cada vez más complicada. A pesar de que era una de las cantantes mejor pagadas de la época, la mayor parte de sus ingresos se destinaban a financiar su adicción a las drogas. Pero aún cuando su existencia estaba plagada de problemas de salud, malas relaciones y fuerte dependencia de la heroína, la marihuana y el alcohol, sobre el escenario seguía siendo inigualable.

A finales de la década de los cuarenta, después de la muerte de su madre, su adicción a la heroína se hizo tan aguda que fue arrestada en varias ocasiones. Al llegar los años cincuenta, las autoridades le negaron la licencia para actuar en lugares que vendieran alcohol. A pesar de que siguió grabando y haciendo presentaciones ese fue el punto de quiebre en su carrera. Durante los siete años siguientes Holiday fue cayendo más profundamente en el alcoholismo y comenzó a perder el control de aquella voz que una vez fue perfecta. En 1959, cuando murió su amigo Lester Young, Billie Holiday, casi en la miseria, fue internada en el Metropolitan Hospital de Nueva York. 

Hasta en su lecho de muerte la ley fue implacable con ella, porque en aquellos días, la adicción a las drogas era un crimen, no una enfermedad. Los oficiales querían arrestarla, y los médicos y enfermeras forcejeaban con ellos para que no le colocaran las esposas, mientras Billie agonizaba.

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