Al levantarse los hombres lavaban sus manos y su cara con agua, solicitando después la asistencia del llamado Tonsor, este era el encargado de afeitar la barba y cortar el cabello, las clases aristocráticas disponían de uno o varios de ellos de forma personal, conocida es la afición de Julio César de llevar un perfecto rasurado en todo su cuerpo, pero aquellos ciudadanos que no contaban con esas posibilidades, se acercaban a la taberna más cercana, ya que en ellas se encontraban las tonstrinae, es decir las barberías públicas, incluso en el caso de que un esclavo pobre no tuviera posibilidad de que el barbero de su amo le afeitara disponía de la alternativa de pasearse por las calles de la ciudad y contratar los servicios de uno, ya que algunos de ellos estaban repartidos por las mismas ofreciendo sus servicios de forma individual.
La cosmética en Roma era una industria floreciente, la lanolina, tan usada hoy en día para la perfumería y la cosmética, era conocida por las damas romanas. Se sacaba de la lana de las ovejas y se perfumaba fuertemente para evitar su olor original. Una esclava llenaba su boca de perfumes que espurreaba seguidamente sobre el rostro y el cuerpo de la dama a la que servía. Los poetas satíricos se burlan del abuso de colores de las mejillas de las mujeres y Petronio, describiendo alguna dama en su Satiricón, dice: «Sobre su frente bañada por el sudor fluía un torrente de aceites, y en las arrugas de sus mejillas había tal cantidad de yeso que se hubiese dicho que era una vieja pared decrépita surcada por la lluvia." Un detalle curioso es el que se consideraba hermoso que las cejas se juntasen sobre la nariz, para ello se usaba un compuesto de huevos de hormiga machacados con cadáveres de moscas.
Los romanos se lavaban los dientes con secreciones renales (orina), los más valorados eran los de origen Ibérica.
La mujer romana se iba a dormir totalmente vestida: sujetador o corsé, túnica y a veces cuando el frío apremiaba incluso el manto.
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