Fueron muchas las veces que hemos sido testigos de duras críticas hacia Diego Maradona con respecto a su adicción a las drogas, y de cómo se ha usado esto para juzgarlo e incluso para desprestigiarlo como deportista, adjudicándole al consumo de sustancias prohibidas sus dotes físicos y futbolísticos.
No existe un prejuicio con menos fundamentos que este. La presunción de que un deportista consumiendo sustancias socialmente prohibidas puede obtener una ventaja deportiva por sobres sus eventuales rivales es una enorme falacia.
La causa que buscan encontrar sus detractores, es para nosotros en todo caso un obstáculo más. Quizás el más duro que ha tenido que atravesar en su carrera deportiva. Diego fue uno de los mejores jugadores de fútbol de la historia del deporte sin lugar a dudas a pesar de su adicción a las drogas.
La droga como todas la adicciones es una compañía. Si pudiéramos ubicarnos tan sólo un instante en los zapatos de nuestro hombre, de su origen humilde, de sus carencias, de su éxito rotundo, de los cambios abruptos, podríamos comprender la soledad que debe haber sentido en muchos momentos de su vida. Todos en algún momento la sentimos, y todos en menor o mayor medida, tenemos nuestras adicciones.
Lo cierto es que Diego fue una víctima de su propio éxito. Eduardo Galeano nos enseña que la peor de todas las drogas, más aún que la cocaína, es la exitoína.
Es cierto que Diego aportó siempre declaraciones y conductas polémicas que alimentaron su desprestigio. También es cierto que siempre hubo un micrófono o una cámara cerca de él para hacer fuego con su leña. Desde que siendo un niño maravillaba con la pelota en los pies en las villas de Fiorito, hasta que era detenido en pésima condiciones en aquella fatídica noche de excesos.
Pero no nos olvidemos que él no tuvo el apoyo y la contención que una persona con tanta exposición pública requiere, muy por el contrario quienes lo rodearon parece más bien que han hecho uso de su persona y se han comportado de manera obsecuente y aduladora.
Hoy Diego, sigue siendo el mismo, provocador, rebelde, desafiante y hasta agresivo. Sin miramientos ni hipocresías, auténtico y espontáneo, responde a su instinto con todas sus limitaciones. Tal como lo hacía de pequeño en el duro barrio en el que le tocó nacer y crecer. Diego no cambia más, porque no puede y además porque no quiere.
Que quede entonces ese Diego, para quienes tienen que llenar páginas y minutos televisivos.
Nosotros nos quedamos con aquel Diego, el de la gente, aquel que nos hizo gritar y emocionar hasta las lágrimas, aquel que fue el mejor del mundo.
No existe un prejuicio con menos fundamentos que este. La presunción de que un deportista consumiendo sustancias socialmente prohibidas puede obtener una ventaja deportiva por sobres sus eventuales rivales es una enorme falacia.
La causa que buscan encontrar sus detractores, es para nosotros en todo caso un obstáculo más. Quizás el más duro que ha tenido que atravesar en su carrera deportiva. Diego fue uno de los mejores jugadores de fútbol de la historia del deporte sin lugar a dudas a pesar de su adicción a las drogas.
La droga como todas la adicciones es una compañía. Si pudiéramos ubicarnos tan sólo un instante en los zapatos de nuestro hombre, de su origen humilde, de sus carencias, de su éxito rotundo, de los cambios abruptos, podríamos comprender la soledad que debe haber sentido en muchos momentos de su vida. Todos en algún momento la sentimos, y todos en menor o mayor medida, tenemos nuestras adicciones.
Lo cierto es que Diego fue una víctima de su propio éxito. Eduardo Galeano nos enseña que la peor de todas las drogas, más aún que la cocaína, es la exitoína.
Es cierto que Diego aportó siempre declaraciones y conductas polémicas que alimentaron su desprestigio. También es cierto que siempre hubo un micrófono o una cámara cerca de él para hacer fuego con su leña. Desde que siendo un niño maravillaba con la pelota en los pies en las villas de Fiorito, hasta que era detenido en pésima condiciones en aquella fatídica noche de excesos.
Pero no nos olvidemos que él no tuvo el apoyo y la contención que una persona con tanta exposición pública requiere, muy por el contrario quienes lo rodearon parece más bien que han hecho uso de su persona y se han comportado de manera obsecuente y aduladora.
Hoy Diego, sigue siendo el mismo, provocador, rebelde, desafiante y hasta agresivo. Sin miramientos ni hipocresías, auténtico y espontáneo, responde a su instinto con todas sus limitaciones. Tal como lo hacía de pequeño en el duro barrio en el que le tocó nacer y crecer. Diego no cambia más, porque no puede y además porque no quiere.
Que quede entonces ese Diego, para quienes tienen que llenar páginas y minutos televisivos.
Nosotros nos quedamos con aquel Diego, el de la gente, aquel que nos hizo gritar y emocionar hasta las lágrimas, aquel que fue el mejor del mundo.
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