ALBERTO OLMEDO, NUESTRO NEGRO

«¿Qué quiero que quede de mí? Una estatua a mis manos en la calle Corrientes para que miren y digan: "Chau negro". Nada más.»
Alberto Olmedo

Para nosotros los argentinos resulta imposible ver esta foto y no sonreír.

En nuestro país, que siempre está en crisis, que pasamos tantas historias, de persecusiones, de secuestros, de desaparecidos, de guerras, de corralitos, de desempleo, de inflaciones, de devaluaciones, y de qué se yo cuántas cosas más, no es tan fácil sonreír, sin embargo este muchacho, en tiempos de vacas flacas siempre nos ha hecho olvidar de nuestras penas por un rato al menos, no sólo por ser gracioso naturalmente, si no por ser como nosotros mismos, como la gente, como los argentinos: vago y atorrante.

Alberto Olmedo nació el 24 de agosto de 1933 en la ciudad de Rosario y vivió toda su infancia y adolescencia en un humilde barrio rodeado de prostíbulos y bares de mala muerte. Para 1954 decide viajar a Buenos Aires a probar suerte, y probando suerte terminó en canal 7, trabajando como tiracables.

De caradura nomás se mandó e hizo una formidable improvisación durante la cena de fin de año del canal, frente a todo el personal y las autoridades del mismo, y una semana después estaba debutando en La Troupe de TV.

Su primer gran éxito, lo consigue en 1960 en canal 9 con "El Capitán Piluso" junto al inolvidable Coquito (Humberto Ortiz). Pero acaso por su picardía de barrio de bajo fondo, el humor del negro apuntaba a los adultos. Las bromas con doble sentido eran genuinas en él. Y así nos hizo reír sin parar junto a Jorge Porcel, su gran compañero de aventuras, junto a José Marrone, Fidel Pintos y Tato Bores, en diversas comedias en el cine y en el teatro.

El 3 de diciembre de 1970 presentó "Las 36 horas de Olmedo", a total beneficio de la Casa Cuna y del Hospital Argerich, batiendo el récord de permanencia en cámara, y demostrando su compromiso con la comunidad.

Su carrera iba a mil, y su vida también. Siempre le tiró la noche, el juego, la farra.  Y así, se la pasaba el negro, jugando y haciendo reír. Sus chistes y sus bromas no conocían límites. Tal es así que el 4 de mayo de 1976, se anunció su «desaparición física» y una semana después, como consecuencia de la broma (con referencia a los asesinatos que estaba cometiendo los militares en el poder),  fue «borrado» de la televisión por dos años.

El año 1981 supone el comienzo de su más exitoso programa de TV "No toca botón". Con la llegada de la democracia al país, en él pudo desplegar todo su bagaje cómico, que no se basaba sólo en los libretos, el negro fue un maestro en el arte de la improvisación y la transgresión de todos los códigos televisivos. Muchas veces olvidaba la letra y en medio de las actuaciones se iba detrás de cámaras, mostrando el detrás de escena y bromeando con los técnicos. Mientras actuaba, en ocasiones solía hablar en rosarigasino, cuando no quería que otro de los actores se enterase de algo. También incluyó sus famosos «chivos» al aire (publicidades dentro de los sketches). Así era el negro, en su actuación y en su vida, si es que alguna vez fueron cosas distintas para él, se la pasaba jugando y bromeando.

Quién puede olvidarse de Rucucu, Chiquito Reyes, el Dictador de Costa Pobre, el Manosanta, Rogelio Roldán, y tantos otros.

Párrafo aparte merecen Alvarez y Borges, donde junto a Javier Portales, y haciendo gala de una capacidad de improvisación brillante, crearon un sketch de culto. Nada iba en serio, los chistes derivaban en nuevos chistes y el rumbo de los diálogos cambiaba permanentemente. El contrapunto entre ambos hacía reír a cualquiera, incluso a ellos mismos.

Y así, se la pasaba el negro, jugando y haciendo reír. El negro era un gran payaso. Y como tal, parecía esconderse detrás de su sonrisa. Dicen sus amigos, que el negro andaba algo triste en sus últimos días, y así se lo vio, en la última nota que dio, al muñeco Mateyco, y en la cual se despidió mirando a la cámara.

Algunos dicen que se cayó, después de una noche de exesos. Otros que se cayó jugando, como vivió, como siempre. Y otros, los menos, dicen que el hombre se liberó del payaso.

Tal vez todos tengan razón.


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