Y se nos hizo carne, dejó de ser noticia y se hizo parte del paisaje urbano.
Sombras de noche y sombras de día, crecen en la calle alimentándose de sobras y desprecio. Condenados por el mundo entero como culpables prematuros de nuestro miedo. Deambulan de noche esperando el día para dormir en los andenes de los subterráneos, tapados con diarios y cartones. Sucios y descalzos, huérfanos de todo y víctimas del rechazo y la intolerancia. Abandonados por sus padres e ignorados por todos, su vida no vale nada, ni para tí ni para ellos. Buscan en la droga, su pequeña muerte de cada día.
Esta imagen se repite miles de veces frente a miles de personas, pero parece que ya no hay nada por hacer, y miramos para otro lado.
Y cada día más y más niños son arrojados a la calle, pero los culpables son anónimos, como también lo son quienes podrían hacer algo por ellos. Como siempre el anonimato vuelve a ser el escudo absolvedor de los responsables.
Lo cierto es que estos niños están condenados por haber nacido, están condenados por la vida.
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