LA MASACRE DE TRELEW


La rendición en el aeropuerto
Para algunos guerrilleros, para otros presos políticos, para otros mártires, lo cierto es que lo que ocurrió en Trelew el 22 de agosto de 1972, fue una indignante masacre a sangre fría perpetrada con total crueldad y resentimiento amparados por la impunidad de un gobierno acostumbrado al uso indiscriminado de la violencia.

El 15 de agosto de 1972, en la postrimería del gobierno dictatorial del general Alejandro Agustín Lanusse, veinticinco presos políticos pertenecientes al PRT-ERP (Partido Revolucionario de los Trabajadores-Ejército Revolucionario del Pueblo); las FAR (Fuerzas Armadas Revolucionarias) y Montoneros, se fugaron del penal de Rawson en la provincia de Chubut. Seis de ellos lograron llegar al Chile de Salvador Allende. Diecinueve no alcanzaron a subir al avión. Se entregaron luego de acordar públicamente garantías para su integridad física. El 22 de agosto los diecinueve prisioneros fueron fusilados a mansalva con ráfagas de ametralladoras en la base naval Almirante Zar.

La cárcel de Rawson tenía ocho pabellones. Los cuatro primeros eran de presos comunes y los restantes, de los políticos. Los pabellones de mujeres estaban en los pisos superiores. El 15 de agosto a las 18.30 comenzó la toma del penal y la fuga. En diez minutos tomaron los puntos neurálgicos y redujeron a un grupo de aproximadamente 60 guardias. El guardiacárcel Juan Gregorio Valenzuela, que intentó impedir la fuga, resultó muerto de un disparo de bala.

Los guerrilleros estaban numerados jerárquicamente para la fuga del 1 al 110. Fuera de la cárcel, no encontraron los camiones que debían estar esperándolos para llevarlos al aeropuerto de Trelew; los disparos que se escucharon provenientes del penal, los habían dispersado.

El primer contingente formado por los seis máximos jefes guerrilleros tomó el único coche que había permanecido, con el estudiante de Agronomía y Veterinaria Carlos Goldenberg (FAR) al volante. Los 19 guerrilleros restantes, que habían logrado salir, llamaron taxis desde la guardia del penal, y llegarían al aeropuerto de Trelew con un retardo fatal.

Los seis jefes del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) y Montoneros, integrado por Mario Roberto Santucho, Roberto Quieto, Enrique Gorriarán Merlo, Domingo Mena, Marcos Osatinsky y Fernando Vaca Narvaja, lograron abordar en el aeropuerto un avión de Austral que previamente había sido copado y escaparon hacia Chile donde el gobierno de Salvador Allende les permitió seguir viaje a Cuba.

Los otros presos que se habían escapado llegaron al aeropuerto justo cuando despegaba el avión que llevaba a sus compañeros. Intentaron tomar, sin éxito, otro avión que debía arribar pero que finalmente no descendió al ser alertado desde la base naval Almirante Zar.

Después de una conferencia de prensa en el aeropuerto, se entregaron ante los periodistas y con la promesa de las autoridades judiciales y militares de que sus vidas serían respetadas, fueron alojados en la base naval Almirante Zar.

Sin embargo el 22 de agosto de 1972, a las 3.30 de la mañana, los 19 presos fueron obligados a salir de sus celdas, los hicieron pararse en fila en el pasillo y los ametrallaron a mansalva. Los gritos se mezclaron con la furia de las ametralladoras, pronto todo fue invadido por el humo y la sangre. Gritaban de dolor los heridos, gritaban de locura asesina sus verdugos. Quienes sobrevivieron a la primera ráfaga se tiraron dentro de los calabozos.

María Antonia Berger, luego de recibir un primer impacto en el estómago se arrojó dentro de su celda. Escuchó ruido de botas y escuchó tiros de gracia. Los quejidos e insultos de sus compañeros en la hora final, se fueron acallando. María Antonia, con su dedo ensangrentado, escribió "papá", "mamá" en la pared. De pronto, un segundo impacto le destrozó la mandíbula. Los asesinos borraron su escrito con zaña. Ella todavía estaba viva, sentía que le estallaba la cabeza, pero no se movió, no se quejó. Creyeron que estaba muerta y siguieron su masacre por las otras celdas.

María Antonia, volvió a pintar su dedo con sangre, pero esta vez escribió en la pared la palabra LOMJE, consigna que durante mucho tiempo se pintó en los muros de la ciudad "Libres o Muertos, Jamás Esclavos".

Al amanecer del martes 22 de agosto, la armada hizo circular la versión de que las muertes habían sido el resultado de un nuevo intento de fuga. Mariano Pujadas, uno de los guerrilleros había intentado, según la versión oficial, arrebatarle el arma al teniente de corbeta Luis Emilio Sosa. María Antonia Berger; Alberto Miguel Camps y Ricardo René Haidar los únicos sobrevivientes de la masacre se encargaron de que el mundo supiera la verdad.

En los días sucesivos, hubo manifestaciones en las principales ciudades de la Argentina y más de 60 bombas fueron colocadas en protesta por la matanza. Peronistas, radicales, intransigentes, socialistas, comunistas, trotskistas y democristianos, condenaron al gobierno. Perón calificó a las muertes de "asesinatos". La opinión pública descreyó de la versión oficial. El 25 de agosto la CGT declaró un paro activo de 14 horas. Se prohibieron los velatorios públicos de los guerrilleros ejecutados.

El comisario Alberto Villar -luego jefe de policía de Perón y uno de los mentores de la Triple A- irrumpió con tanquetas en la sede del Partido Justicialista donde se velaban los cadáveres de tres de los guerrilleros asesinados.

Ana Villareal, compañera de Santucho, fue sepultada en el cementerio de Boulogne.

Pero allí no terminó todo. La sede de la Asociación Gremial de Abogados fue dinamitada, se exterminó a las familias de Clarisa Lea Place, Roberto Santucho y Mariano Pujadas, la mayor parte de los hermanos y hermanas de los fusilados están hoy desaparecidos y el letrado Mario Amaya, que escoltó con su auto al micro de la armada que el 16 trasladó a los detenidos hasta la base naval, fue asesinado durante la última dictadura.

Los tres sobrevivientes de aquella fatídica noche, también fueron secuestrados y se hayan desaparecidos.

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