Allá por el siglo XVIII llegó un fax desde el cielo a la oficina de Friedrich Nietzche, presidente de la A.N.I. Asociación de Nihilistas Internacionales, dándole a conocer la fatídica noticia de que Dios acababa de morir. Inmediatamente el señor de los tupidos bigotes, la divulgó a nivel mundial através de uno de sus panfletos La Gaya Ciencia. Automáticamente todo fue un caos. Si Dios ha muerto, pues entonces quién manda ahora?
Algunos, los más tímidos, se atrevieron a dudar, otros los más osados le creyeron y echaron por la borda años y años de historia. En más hubo quienes reconocieron que Dios no había muerto, sino que simplemente, nunca había existido, que se había tratado de una creación del propio hombre, pero que ahora había dejado de serle útil y por lo tanto era mejor exterminarlo.
Evidentemente algo andaba mal, o por lo menos no terminaba de estar claro, o Dios era un error el hombre o el hombre un error de Dios, pero un error sin duda había. Pero fuera como fuere la incertidumbre era cómo seguir ahora, cuál sería el nuevo paradigma moral.
Pues la solución fue sencilla, aunque provisoria: el hombre es el dueño de sus actos y su conciencia es su propio Dios. A partir de entonces no había que esperar nada de otro mundo que no fuera el terrenal, sí señores, había llegado la hora de actuar, de construir el propio destino. Y así comenzaron las grandes iluminaciones, las grandes razones y las grandes revoluciones. Alternando éxitos con fracasos, nos olvidamos por un tiempo de las leyes divinas, de los pecados capitales, de los diez mandamientos, de todos los santos y compañía.
Pero Erich Fromm tenía razón: tanta libertad da miedo, y el miedo no es zonzo, entonces hubo que inventar nuevos dioses a los que aferrarse, en quienes depositar nuestra esperanza, nuestras ilusiones, nuestra palabra, nuestra obra y nuestro pensamiento. Y no fue sólo uno, sino varios, todo un olimpo con dioses y diosas, y semidioses y semidiosas, con hijos y nietos incluidos. Sí señor, no tenga la menor duda de que tenemos nuevos dioses que rigen nuestra vida: el dinero, el mercado, los bienes de consumo, la tecnología, los medios de comunicación, por nombrar los más poderosos.
Pocos y muy pocos siguen creyendo en aquel Dios, algunos porque lo llevan estampado en su alma y por inercia hereditaria no pueden o no quieren borrarlo, otros por lástima nomás. Algunos resentidos lo niegan diciendo yo no creo en Dios, ignorando que al negarlo están reconociendo su existencia.
Es sabido, con los tiempos que corren se hace difícil, pero se puede vivir sin un dios?
GB - La Sodera 2012
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