LA GUERRA DE LOS BOERS

Las guerras de los bóers fueron dos conflictos bélicos que mantuvieron enfrentados durante más de 20 años a los ingleses y a los bóers, colonos de origen holandés que habitaban en Ciudad de El Cabo. Esta Colonia era neerlandesa de origen, pero poco a poco, desde 1836 fue recibiendo también colonos ingleses que convivían con aquellos.

En aquel año, encontrándose ya en minoría, los boers decidieron emigrar y buscar un nuevo asentamiento. Una parte de éstos se marcharon al otro lado del Vaal, el río que atraviesa la provincia, y fundaron el Transvaal, la República de África del Sur. Otra buena cantidad de holandeses marcharon hacia el río Orange, donde constituyeron otra república más, Orange. Sin embargo, frente a holandeses e ingleses, estaban las tribus locales, los zulúes y los matabeles, indígenas que durante años atacaron salvajemente a sus colonizadores.

Tal fue el terror que éstos infundían, que en el año 1877 bóers e ingleses decidieron unir sus fuerzas, momento que aprovecharon los ingleses para anexionar el Transvaal y el Orange en una sola república. A pesar de que esta situación no fue aceptada, sin embargo, el interés común en acabar con la guerra zulú hizo que durante dos años ambos convivieran aunque no sin tensiones. Pero cuando el peligro zulú acabó por desaparecer, también desaparecieron los motivos para que los bóers hubieran de aceptar la soberanía inglesa. Comenzó así la primera guerra anglo-bóer.

El 16 de diciembre de 1880 se declaró la independencia del Reino Unido. Todas las guarniciones británicas fueron asediadas una tras otra en los siguientes meses hasta que llegó el fatídico día del 27 de febrero de 1881, el de la humillante batalla de Majuba Hill, en el que los ingleses perdieron definitivamente la guerra. Poco después hubieron de firmar la tregua en la que se les concedió el derecho a autogobierno pero bajo supervisión británica.

Durante este pequeño período de entreguerras, algunos ingleses permanecieron en aquellas tierras, pero siempre estaban separados de los holandeses y sus derechos eran más bien escasos. Conocidos como los uitlanders, estaban considerados como intrusos en aquella tierra. Además, el descubrimiento de filones de oro en aquellas tierras no hizo sino atraer aún a más ingleses que reclamaban sus derechos.

Pronto llegó esta situación a oídos de Cecil Rhodes, quien gobernaba como primer ministro la colonia inglesa de El Cabo. Fue él quien preparara todo lo necesario para volver a atacar a los bóers y anexionar nuevamente el Transvaal y Orange.

En diciembre de 1895, Cecil Rhodes apostó su ejército a las puertas de Johannesburgo; dirigido el ejército por su médico personal, Jameson, se adentraron sin previo aviso en el Transvaal, pensando que contarían con la ayuda de los uitlanders. Éstos, sin embargo, no intervinieron, y finalmente, el ejército inglés de Cecil Rhodes volvió a sufrir otra humillante derrota que se conoció históricamente como el Jameson Raid, por la precipitación con que se actuó.

La guerra volvió a declararse el 12 de octubre de 1899. Los bóers fueron los primeros en intervenir, invadiendo El Cabo y Natal. Tenían cañones mayores y parecían estar mejor preparados, de modo que una tras otra, las primeras victorias de esta segunda guerra anglo-boer cayeron de lado de éstos últimos.

Decididos a vencer, y tocados en su orgullo, desde Londres se decidió enviar un contingente de 200.000 soldados (los bóers eran sólo 30.000). El año 1900 fue de victorias inglesas y la guerra acabó por desembocar en una guerra de guerrillas en el que todo valía. La política de “tierra quemada” acabó con 30.000 granjas y 40 ciudades incendiadas y con la aparición de campos de concentración por toda África del Sur. Finalmente, la victoria se decantó del lado británico, y la paz se firmó en Pretoria el 31 de mayo de 1902. De aquella guerra surgió la Unión del África del Sur dirigida en cooperación por bóers e ingleses.

La guerra de los boers fue uno de los puntos más vergonzosos de la era del imperialismo. Durante todos aquellos años ingleses y holandeses se disputaron el derecho sobre territorios que no pertenecían ni a unos ni a otros. Se aliaron para terminar con los verdaderos dueños, y una vez derrotados volvieron a combatir entre ellos como aves de rapiña.

Como bien dice Joan Manuel Serrat, fueron a cagar a casa de otras gentes.

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