El periodista uruguayo Esteban Valenti dice: "Las vergüenzas se ocultan, se dejan abandonadas debajo de nubes de olvido y de confusión o de historias oficiales cortadas a la medida".
Todos tenemos alguna de esas páginas vergonzosas. Nosotros los argentinos, tenemos varias, pero el verdadero horror nacional fue sin duda nuestra participación en la guerra contra el Paraguay, formando junto a Uruguay y Brasil, la fatídica Triple Alianza.
Juan Bautista Alberdi le puso el nombre que le correspondía ''la triple infamia'' a la guerra que de 1865 a 1870 destruyó al Paraguay a niveles de tierra y población arrasada. Su población fue diezmada y pasó de más de 500.000 habitantes a 116.351 , de los cuales sólo el 10% eran hombres en edad de trabajar y el resto, viejos, mujeres y niños.
Paraguay perdió gran parte de su territorio (160 mil km²) y fue obligado a pagar una abultada indemnización de guerra: el préstamo de 200.000 £ recibido de Inglaterra debió saldarse con refinanciaciones llevando la suma a 3.220.000 £.
La historia oficial nos enseñó durante demasiado tiempo que Paraguay era tierra de dictadores y de atraso y que sus vecinos fueron a ''civilizarla''. Brasil, el civilizador mayor era el último imperio esclavista, gobernado por una dinastía mientras que en Paraguay no había un solo esclavo.
En la Argentina gobernada por Bartolomé Mitre el poder porteño era impuesto por la fuerza y la violencia, el acceso a la educación era elemental, y la democracia no era ni siquiera una apariencia. La guerra expuso lo peor del mitrismo: en Argentina ''nadie quería ir a pelear contra el Paraguay. Para los hombres del interior estaba claro que se trataba de una guerra fratricida. Ante la oposición generalizada, el gobierno de Mitre decidió lanzar una violenta represión y obligar a los díscolos a incorporarse al ejército como fuera. León Pomer publica en su libro sobre la guerra un recibo extendido por un herrero catamarqueño. Así marchaban los soldados argentinos al frente, esposados, encadenados, absolutamente contra su voluntad.'' Escribe el historiador argentino Felipe Pigna.
En aquella época, Paraguay gobernado por el Mariscal Francisco Solano López, no era el país que es hoy. Era una nación próspera con altísimos niveles de desarrollo y autosuficiencia económica. Los grandes astilleros, fábricas metalúrgicas, ferrocarriles y líneas telegráficas daban cuenta de ello. Además, Paraguay logró ejercer una especie de monopolio económico, cargando con altos impuestos aquellos productos que competían con los suyos: la yerba, el algodón (era el segundo productor en el mundo, luego de Inglaterra) y el tabaco. Paraguay era para ese entonces el único país en América Latina que no tenía deuda externa.
Los problemas con el país vecino comenzaron cuando en Uruguay el Partido Nacional Blanco fue desestabilizado por los militantes de la oposición, el Partido Colorado. Brasil intervino apoyando a estos últimos, alegando que sus compatriotas brasileños establecidos en la Banda Oriental estaban siendo oprimidos por los fanáticos del Partido Blanco. Pero en realidad lo que llevó al Imperio a intervenir fue la presión de los grandes hacendados que reclamaban las tierras ubicadas cerca de la frontera con Uruguay, sumado esto, además, a los ya antiguos problemas de límites que venían gestándose con Paraguay.
Así, los Blancos decidieron acudir por ayuda al gobierno paraguayo. Para Solano López ésta era una gran oportunidad ya que su país sufría geográficamente de un problemático aislamiento comercial al no contar con una salida propia al mar, lo que los obligaba a depender de los ríos argentinos; una victoria en ese país podría representar una nueva ventaja en la posición geográfica paraguaya.
El Mariscal Solano López intimó a Brasil para que cesaran las hostilidades contra el gobierno uruguayo, pero el pedido no fue aceptado, hecho que dio inicio a las hostilidades entre ambos el 11 de noviembre de 1864, día en el que la armada paraguaya capturó un vapor brasileño. Argentina, por su parte, se declaró neutral.
Solano López comenzó de esta manera su plan bélico contra el Imperio a causa de la ayuda prometida por el ya depuesto gobierno uruguayo. Luego de invadir exitosamente el territorio brasileño de Mato Grosso, el dictador solicitó a Bartolomé Mitre (presidente argentino por ese entonces) un permiso para que sus tropas pudiesen atravesar la provincia de Corrientes para así poder penetrar en Uruguay. Mitre negó ese permiso, más porque su política simpatizaba con los Colorados uruguayos que por intentar seguir manteniendo la posición neutral que había declarado su gobierno.
López, entonces, decidió romper relaciones con Argentina e invadir de todas formas la provincia del litoral en 1865, lo que llevó a Argentina a declararle la guerra a Paraguay.
Así, el 1 de mayo del mismo año se concretó el tratado de la Triple Alianza, llevado a cabo por representes de Argentina, Brasil y Uruguay. El tratado asentaba como objetivo que la guerra estaba dirigida hacia el gobierno de Solano López y no contra su pueblo, aunque se establecieron ventajas limítrofes para los Estados que integraron dicho pacto.
Las tropas paraguayas que se dirigían hacia Uruguay fueron vencidas, y enn lo sucesivo se dieron una serie de enfrentamientos bélicos en los cuales las fuerzas paraguayas no pudieron más que resistir y retroceder, ya que si bien su ejército contaba con un avanzado y sofisticado armamento, las tropas de la Triple Alianza siempre resultaron ser superiores. La Campaña de Humaitá, comenzada en 1865, es un ejemplo de ello. Esa fortaleza era el obstáculo más difícil que tenían que vencer los Aliados si querían llegar a la capital de Paraguay, Asunción. El sitio duró casi tres años, hasta septiembre de 1868, fecha en la que finalmente las tropas del Mariscal decidieron capitular.
Ese mismo año, Solano López se entrevistó con Mitre con el objetivo de buscar una solución pacífica al conflicto. Sin embargo, no se logró ningún acuerdo ya que el presidente argentino no quiso pactar nada sin la presencia de la diplomacia brasileña.
Tras este fracaso, se libró la batalla de Curupaití, siento ésta favorable para Paraguay. Esto fue consecuencia de las malas tácticas aplicadas por las tropas argentinas y brasileñas quienes, desprevenidas, avanzaron a campo traviesa por un terreno que les era desconocido. La artillería paraguaya causó una gran masacre en las filas aliadas; una de las vidas que allí se perdió fue la del hijastro de Domingo Faustino Sarmiento, Dominguito.
A pesar de esta gran victoria, Paraguay no pudo evitar la toma de su capital, la cual fue arrasada por completo en 1869. Tras esta derrota que dejó casi diezmado al ejército paraguayo, Solano López optó por replegarse hacia el noroeste, escapando de la constante persecución de las tropas aliadas.
Ya sin recursos ni soldados, abatidos por el hambre, las heridas, el cansancio y las eternas marchas por terrenos complicados, los pocos hombres que seguían fieles al dictador López se tuvieron que enfrentar en marzo de 1870 con lo que sería la última batalla. Una columna brasileña los alcanzó en las cercanías del cerro Corá. Los paraguayos combatieron hasta más allá del límite del heroísmo y si hay algo indiscutible, aún para los historiadores más detractores de López es la capacidad de resistencia de ese pueblo frente a potencias militares muy superiores.
Ese mismo año, Solano López se entrevistó con Mitre con el objetivo de buscar una solución pacífica al conflicto. Sin embargo, no se logró ningún acuerdo ya que el presidente argentino no quiso pactar nada sin la presencia de la diplomacia brasileña.
Tras este fracaso, se libró la batalla de Curupaití, siento ésta favorable para Paraguay. Esto fue consecuencia de las malas tácticas aplicadas por las tropas argentinas y brasileñas quienes, desprevenidas, avanzaron a campo traviesa por un terreno que les era desconocido. La artillería paraguaya causó una gran masacre en las filas aliadas; una de las vidas que allí se perdió fue la del hijastro de Domingo Faustino Sarmiento, Dominguito.
A pesar de esta gran victoria, Paraguay no pudo evitar la toma de su capital, la cual fue arrasada por completo en 1869. Tras esta derrota que dejó casi diezmado al ejército paraguayo, Solano López optó por replegarse hacia el noroeste, escapando de la constante persecución de las tropas aliadas.
Ya sin recursos ni soldados, abatidos por el hambre, las heridas, el cansancio y las eternas marchas por terrenos complicados, los pocos hombres que seguían fieles al dictador López se tuvieron que enfrentar en marzo de 1870 con lo que sería la última batalla. Una columna brasileña los alcanzó en las cercanías del cerro Corá. Los paraguayos combatieron hasta más allá del límite del heroísmo y si hay algo indiscutible, aún para los historiadores más detractores de López es la capacidad de resistencia de ese pueblo frente a potencias militares muy superiores.
En esa batalla definitiva el ejercitó paraguayo estaba integrado en su inmensa mayoría por niños y mujeres comandados por el jefe de estado mayor más joven de la historia, Panchito hijo de Solano López, de sólo 14 años. López, al frente de lo que quedaba de su heroico pueblo, fue herido de un lanzazo. Le ordenó a Panchito proteger a su madre y sus hermanos. Varios soldados se abalanzaron sobre el hombre más buscado por la Triple Alianza. Nadie quería perderse las 100.000 libras que los "civilizadores" ofrecían por la cabeza del mariscal. Allí mismo lo ultimaron.
Los soldados atacaron los carruajes que trataban de huir. Panchito montó guardia frente al que ocupaban sus hermanos y su madre. Los brasileños le preguntaron si allí estaban la "querida" de López y sus bastardos. Panchito defendió el honor nacional y familiar y fue fusilado en el acto.
A Elisa Lynch le tocó dar la última batalla de esta guerra miserable. Con su enorme dignidad, descendió de su carro, cargó el cadáver de su hijo y buscó el de su marido. Cavó con sus manos una fosa y enterró los dos cuerpos y parte de su vida.
Al terminar la guerra, en un rapto de sinceridad, Mitre declaró: "En la guerra del Paraguay ha triunfado no sólo la República Argentina sino también los grandes principios del libre cambio".
El otro gran beneficiario e impulsor de la guerra fue el imperio británico. La teoría sobre el origen imperialista de la guerra exhibió durante años tres versiones: la que establecía que la guerra fue provocada por Gran Bretaña para abrir en el Paraguay un campo de rentables inversiones y un mercado para las exportaciones británicas, la teoría basada en la crisis del algodón de mediados del siglo XIX, que sostenía que la guerra civil en los Estados Unidos había creado tan grave alteración del mercado que los británicos consideraron al Paraguay como un potencial y rico proveedor de algodón que compensaría la declinante oferta de los estados confederados; y por último el argumento basado en que la incompatibilidad política del gobierno liberal al estilo europeo y el capitalismo estatal al estilo paraguayo habría conducido a Gran Bretaña a financiar una guerra encubierta mediante préstamos a los gobiernos brasileño y argentino.
Lo cierto es que la Banca Rotschild, la Casa Baring y el Banco de Londres constituyen los principales financistas de esa guerra.
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