“La creencia en un Dios remunerador de las buenas acciones y que castiga a los malvados es la creencia más útil para el género humano. Es el único freno de los hombres poderosos; es el único freno de los hombres que cometen hábilmente los crímenes secretos. ...Es necesario para los príncipes y para los pueblos que la idea de un Ser Supremo esté profundamente grabada en los espíritus.”
Francois Voltaire
Hacia mediados del siglo XVIII, en Europa, se hacía conocido un particular árbol genealógico. No se trataba exactamente de un linaje aristocrático, ni de la evolución de algún idioma. La tabla en cuestión componía el sistema detallado del conocimiento humano y de la comprensión, y su particularidad consistía en que del extenso árbol, sólo una pequeñísima parte, integrada en el conocimiento filosófico, daba cuenta de la idea de Dios, del alma, del espíritu, siendo desplazadas por el conocimiento de la historia, del hombre, de la naturaleza y de la poesía.
Este árbol genealógico se daba a conocer nada menos que en una de las primeras enciclopedias modernas, L'Encyclopédie ou Dictionnaire raisonné des sciences, des arts et des métiers, editada por los franceses Denis Diderot y Jean d’Alembert, que ponían de manifiesto esta particular forma de ordenar y clasificar propia de lo que se conoció como La Ilustración.
Compartía el espíritu de este texto supremo de la era de la razón, un filósofo francés que, influenciado por los pensadores ingleses John Locke e Isaac Newton, se encargaría de atacar a la Iglesia y consideraría la estupidez humana como fruto de la ignorancia.
Francois Marie Arouet Le Jeune, más conocido como Voltaire, nacido en París, el 21 de noviembre de 1694, fue un crítico de la intolerancia de la religión, pero también del ateísmo. Creía en Dios, pero quizás más en la razón para dirimir en los asuntos humanos. En el curso de su larga y agitada vida, donde conoció las censuras, condenaciones y polémicas, como así también los más altos honores en las Cortes, este rival del romántico Jean Jacques Rousseau, era un optimista en su lucha contra el oscurantismo y el prejuicio, aunque de a ratos lo desesperara la estupidez del hombre. El conocimiento, sin embargo, no era suficiente. Había que emplearlo para vencer al fanatismo de la mentira.
A pesar de no ofrecer un pensamiento sistemático, Voltaire se erigió entonces en referente intelectual y político de la burguesía liberal y anticlerical en auge, que protagonizó la Revolución Francesa, aunque este pensador, fallecido en 1788, no llegó a vivirla.
Fuente:
Maurois Andre, El pensamiento vivo de Voltaire
Buenos Aires, Editorial Losada, 1939, p. 21.
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