Debe de haber pocos países en el mundo (por no decir ninguno y contribuir a alimentar nuestro ego –por aquello de la originalidad nacional) que para homenajear a su industria nacional elijan la conmemoración de un hecho delictivo; concretamente, un episodio de contrabando.
Eso fue lo que ocurrió aquel 2 de septiembre de 1587 en el territorio que hoy conocemos como República Argentina y que entonces pertenecía al Virreinato del Perú.
Aquel 2 de septiembre de 1587 zarpó del fondeadero del Riachuelo, que hacía las veces de puerto de Buenos Aires, la carabela San Antonio, al mando de un tal Antonio Pereyra, con rumbo al Brasil.
La San Antonio llevaba en sus bodegas un cargamento proveniente del Tucumán, fletado por el obispo fray Francisco de Vitoria. Se trataba de tejidos y bolsas de harina producidos en la por entonces próspera Santiago del Estero. Lo notable es que, según denunció el gobernador de Tucumán, Ramírez de Velasco, dentro de las inocentes bolsas de harina se encontraban camuflados varios kilos de barras de plata del Potosí, cuya exportación estaba prohibida por real cédula. Es decir que ‘la primera exportación argentina’ encubrió un acto de contrabando y comercio ilegal.
Fuente: LOS MITOS DE LA HISTORIA ARGENTINA, Felipe Pigna
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